jueves, 24 de octubre de 2013

Conversaciones en la Ciudad de Cartón

Miguel Det y Águeda Noriega.
Conversaciones en la Ciudad de Cartón.

Lima: Contracultura, 2011, 64 p.

Martín Adán es aquel mito cierto que encarnó ora a Rafael de la Fuente Benavides (su verdadero nombre) ora a la poesía misma. Además de la fuerza de su obra, la vida con la que cargó estuvo atravesada por circunstancias verdaderamente singulares. Autor adolescente celebrado por un libro brillante, se autoexilia en el hospital psiquiátrico Larco Herrera y desde allí parte a largas travesía alcohólicas durante las cuales escribe en servilletas y se entrevista con noveles artistas e incluso recibe la visita de gigantes como Allen Ginsberg. Tratar de recoger estos y otros hitos de sus días es un trabajo de difícil realización. Aunque ello se ha logrado en detalladas investigaciones, no se había intentado antes mediante el arte del comic y sus amplias posibilidades expresivas. Este es el desafío al que se han enfrentado Miguel Det y Águeda Noriega y del que en nuestra opinión han salido bien librados y con una victoria estética de valor.

El tejido de los lenguajes

Conversaciones en la Ciudad de Cartón es una biografía de Martín Adán novelada en forma gráfica. Las páginas iniciales nos lo muestran anciano, enfermo y esperando la llegada de la muerte como purificación y acto de libertad final. Luego la historia se dispersa en un transcurrir de voces que se reparten en distintos pasajes y momentos. Entre otros se entremezclan los diálogos de Martín Adán con José Carlos Mariátegui, con Ramón, el hermano fallecido y alter ego del poeta, y con los jóvenes a quienes se confiesa entre bebidas. La línea que vincula estos intercambios es el devenir del personaje central pero también la capacidad de la palabra para gestar un entretejido de reflexiones y cuestionamientos, el cual termina incluso por interpelar al lector y los sucesos más recientes. No por gusto se dedica una página a contrastar la cuidada apariencia de ciertos políticos con sus actos de corrupción y sus endebles discursos. (p. 57) La apuesta es por una permanente construcción de significados.
Para sostener este propósito se elabora una estructura compleja. Se recurre a saltos espacio-temporales entre el Martín Adán adolescente, el joven y el de sus últimos años. También se evidencia las elaboraciones de su mundo interior como su participación en la vida pública. Estos ejes se concatenan hasta conformar un relato envolvente, lo que se puede comprobar revisando cualquier fragmento. Por ejemplo, mientras el espectro de Martín Adán explica sus razones de vida cruza la escena un Charlot borracho y en seguida nos encontramos ante la orden de internamiento del poeta por alcoholismo en 1935. Luego, casi sin respetar la continuidad, nos sorprenden los recuerdos sobre  José María Eguren y César Vallejo. (p. 25-27) Es cierto que estos giros y detalles requieren de un lector atento y entrenado. Sin embargo no dejan de ser atractivos y generar una apasionada lectura.
Un componente llamativo se añade a las anteriores técnicas y se ubica en el centro mismo del libro. Martín Adán luce joven y con el dorso desnudo. Describe los malecones de Barranco y sus jardines. A su espalda gira un mundo rodeado por el vuelo de palomas blancas. (p. 38) Esta viñeta es la dinamo hacia la que se conduce la primera mitad del libro y de donde recomienza el resto. Dicha segmentación parece sugerir dos etapas significativas: la progresiva pérdida de la inocencia y el despertar sexual.

Poesía plástica

Una característica lograda de Conversaciones en la Ciudad de Cartón es la fluidez con que dialogan los versos seleccionados de Martín Adán y el trazo y la composición de los dibujos de Det y Águeda. Esta interconexión entre lenguajes distintos no resbala en ningún momento en la simple reproducción gráfica del contenido escrito. Se apuesta por potenciar los textos con imágenes y lograr así mayores reverberaciones semánticas. Un ejemplo son las páginas dedicadas al paseo que Martín Adán realiza desde el hospital psiquiátrico Larco Herrera hasta una tupida arboleda. Mientras se suceden fragmentos poéticos sobre el amor y el deseo una pareja de amantes reclama su frustración y una mujer que de lejos exhibe un bello semblante revela en la proximidad el rostro de la muerte. (pp. 48-51)
Entre el torrente de imágenes destacan dos constantes. La primera es la obsesión por los claroscuros y las cabelleras imbricadas, elementos que parecieran referir de modo simbólico a la propia estructura del relato. La otra es el empleo de las líneas redondas y amenas, las que tienen como objetivo oxigenar la densidad de la narración. Ambos estilos gráficos están distribuidos buscando compensarse. Con ello se logra imprimir un ritmo armonioso y se enriquece la superficie visual. Este contraste funciona con destacado acierto en el intercambio entre los momentos apacibles de un Martín Adán joven acompañado de su hermano y la desesperación alcohólica en la que cae un Martín Adán envejecido y solitario.
            Párrafo aparte merece la técnica que se emplea para diseñar el fantasma de Martín Adán. Este, que cuando vivo y adolescente recorría la ciudad mediante el tranvía, ahora lo hace en el transporte público conocido como combi. Deja la estela de su presencia en un soliloquio poético enfebrecido y en la contemplación de los demás pasajeros, quienes ya no poseen los rasgos de los limeños de inicios del XX sino los de los actuales habitantes de la capital: una población mestiza con marcados elementos andinos y usuaria de artefactos tecnológicos como el celular. Así, el Martín Adán post mortem es un ente que se perfila a partir de la observación a los otros.

Figuras históricas

Entre otras figuras aparecen en la novela José Carlos Mariátegui, César Vallejo, José María Eguren, Raúl Porras Barrenechea, Estuardo Núñez, Luis Alberto Sánchez, Víctor Andrés Belaúnde y José Jiménez Borja. Si bien estos personajes son empleados para señalar las influencias académicas como políticas de Martín Adán también permiten ubicarlo en determinados momentos de la historia peruana. Cabe señalar que a esta lógica biográfica se le suman los recursos de la ficción pero sobre todo la voluntad de romper prejuicios. Así, estas presencias no son simples monigotes sino sujetos de ricos matices y constante crítica.
Destacan los pasajes dedicados a José Carlos Mariátegui, José Jiménez Borja y Estuardo Núñez.
Martín Adán se entrevista con Mariátegui, quien con un original de La Casa de Cartón en la mano le dice: “¿De modo que usted es el joven de buena familia que quiere publicar irrespetuosos párrafos sobre ella, eh?”. Martín Adán queda lelo y Mariátegui continúa: “Digamos que eso explica porqué no busca a un Riva Agüero para suplicar prólogo…”. (p. 6). Poco después Martín Adán participa en la revista Amauta. Le lee a Mariátegui su más reciente colaboración: “¿Josefina Baker bailando calata? ¿¿Jazz?? ¡Jamás! El repertorio del Amauta se reduce a la internacional, kaswas y yaravíes”. Y añade: “¿Qué le pareció mi reseña, José Carlos?”. Mariátegui responde envuelto en carcajadas: “¡Ahora solo falta que algún lector ingenuo se lo crea!”. (p. 9) El retrato de Mariátegui se detiene en su corrosivo aunque poco famoso sentido del humor. Queda claro su compromiso social y filiación política pero también su amplio juicio estético, el que no se somete a ningún dictado ideológico.
En la misma página se da cuenta de la polémica desatada entre Mariátegui y José Jiménez Borja, quien fuera dirigente de la Acción Social de la Juventud (ASJ). Martín Adán se matricula en algunos cursos de la ASJ, pero Jiménez Borja lo asume como miembro completo de su agrupación católica. Luego de las pullas entre ambos intelectuales por la filiación política de Martín Adán, este cae en la confusión por el escándalo y porque parece sentirse timado. Sin embargo Estuardo Núñez le aclara la circunstancia a su amigo: “¡Calma, Rafael! Esos comehostias de la ASJ solo querían disfrazar su conservadurismo político con una “ideología novedosa””, (pp. 9-10) y un Martín Adán ya mayor agrega, con el panorama observado ahora desde la experiencia: “En mi interior deseé que Mariátegui pagase aquellas horas de angustia que mi participación en Amauta involuntariamente me había causado con un hijo o nieto imbécil de hibridez monstruosa, un “liberal-conservador””. (p. 10).

Invitación

Es una lástima que algunos lectores y críticos peruanos sigan asumiendo  la novela gráfica como un género literario menor. Quizá esto explica que Conversaciones en la Ciudad de Cartón haya pasado casi desapercibido o, lo que es peor, haya recibido comentarios de desdén por su elaboración neobarroca. Sin embargo para nosotros queda claro que este libro de Det y Águeda es un aporte descollante al comic local y un complemento a los esfuerzos biográficos sobre Martín Adán de José Antonio Bravo y Luis Vargas Durand.
Conversaciones en la Ciudad de Cartón es una invitación al mundo del poeta de los lelos y frágiles inviernos de Barranco.



Julio Meza Díaz

(Publicado originalmente en la página web "el roommate: colectivo de lectores").

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