lunes, 3 de enero de 2011

La pluma y la ley

Carlos Ramos Núñez
Fondo Editorial Universidad de Lima, Lima, 2008, 251 páginas.
Primera edición: 2007.

Yo estudié Derecho. Sí, esa carrera que, para muchos, no solo es aburrida, sino también perversa. Es cierto, los abogados podemos ser muy viles. Trabajamos con el desorden del individuo. Con sus pasiones más oscuras: el deseo de poder, la violencia desembozada, la maldad por la maldad. Esto suena duro y hasta inverosímil, ¿no? Pero pondré algunos ejemplos sencillos que, quizás, te han ocurrido. ¿Tu proceso judicial está  durando demasiado? Pues quién sabe, y eso se debe a que tu abogado quiere seguir sacándote plata. ¿No entiendes la jerga de los abogados? Pues yo tengo la creencia que la jerga abogadil cumple la misma función que la jerga lumpen: lo que procura es que el ciudadano honesto no entienda el crimen que se ha realizado o está por realizarse. ¿Te parece absurdo que se haya emitido una ley que toda la comunidad señala como aberrante? Pues ten por casi seguro que por los medios saldrá un abogado que, de un modo “jurídico”, tratará de explicar la necesidad de esa ley.  Ahora dime, los abogados… ¿somos o no somos sucios?

Pero generalizar siempre es un error. Hasta en los basureros con más podredumbre siempre se agita una leve mariposa. ¿Un ejemplo? El juez Baltasar Garzón, que promovió una orden de arresto contra el ex dictador Augusto Pinochet, entre otras causas de noble intención. ¿Otro ejemplo? Los cientos de abogados, fiscales, jueces y juristas que, en el Perú, y en abierta oposición a la mayoría de sus pares, dieron frente al terrorismo, a la violenta e injustificada respuesta estatal y a la dictadura Fuji-montesinista. Fueron pocos, pero fueron, y ellos merecen el digno orgullo de andar con la frente en alto y la conciencia tranquila.

Como puedes apreciar, hay todo tipo de abogado, incluso de los buenos. Y yo siempre he creído que estos últimos en realidad no son abogados a tiempo completo. Tal vez están 20 horas al día en su oficina, tal vez no dejan de responder su celular y dar recomendaciones jurídicas, tal vez están envueltos en miles y miles de expedientes. Pero aún así no son del todo abogados. Porque ellos saben que el mundo no se reduce a las normas, los códigos, los reglamentos. Ellos saben que el mundo es infinitamente más amplio; tan amplio como los sentimientos de un ser humano, como las reverberaciones sugestivas de un bello poema, como el amor o el desamor.

Un abogado no es un buen abogado si solo sabe de derecho. Un abogado debe saber (o en realidad tratar de saber) sobre un tema inasible pero no por eso desechable: el ser humano.

¿Cómo lo puede lograr? Pues a través de muchas formas. Por ejemplo, leyendo buena literatura.

Y sobre esto trata el libro que te presento en este post: sobre el derecho y la literatura. No olvidemos que la literatura finalmente siempre habla de la condición humana. Y el derecho, para juzgar al ser humano, necesita reflexionar sobre él y su entorno. Para lograr este propósito, ¡qué mejor manera que leer literatura!, que leer sobre el dolor, la felicidad, los sueños, las derrotas, lo deseos humanos, siempre humanos.

El libro del profesor Carlos Ramos Núñez es, como todo buen libro, una aproximación al tema. Centrándose en la literatura peruana, recorre las novelas por las cuales, a veces tímidamente, a veces de modo soberbio,  a veces en busca de redención, el personaje de un abogado enuncia su voz, una voz que puede revelarnos tanto las carencias como las virtudes de nuestra sociedad. Así, el autor se detiene en los abogados de los Ríos Profundos, de José María Arguedas; de la saga La Guerra Silenciosa, de Manuel Scorza; de Blanco y Negro, de Carlos Herrera; entre otras novelas. Se detiene en tres narradores (anecdóticamente, tres de los más importantes de la narrativa peruana contemporánea), que estudiaron derecho, pero que terminaron como “abogados fallidos”: Vargas Llosa, Julio Ramón Ribeyro, Alfredo Bryce Echenique. También reflexiona sobre las dos caras de Jano, que no es otro que el Juez, que puede proveer tanto justicia como injusticia. El profesor Ramos analiza el caso de César Vallejo, injustamente encarcelado en Trujillo y perseguido por un delito que no solo no cometió, sino que lo llevó a refugiarse en el exilio, en donde sufrió sus últimos días; revisa las experiencias vitales del que fue, para muchos, nuestro primer indigenista (pese a su mirada manchada por el positivismo, muy en boga en sus días): Enrique López Albujar; ausculta también las novelas Grandes Miradas y Abril Rojo, de Alonso Cueto y Santiago Roncagliolo, respectivamente, novelas que problematizan sobre la labor de la judicatura, señalando sus ruindades y sus destellos.   

“La literatura nutre al derecho de un espíritu de “crítica subversiva” (en el buen sentido). La aspiración de esta crítica es el cambio o mejoramiento de las normas e instituciones”, escribe el profesor Carlos Ramos. Y esto es una prueba de que aún los furiosos vientos de los dogmáticos no han apagado las pequeñas pero siempre necesarias luces.

Julio Meza Díaz

Otros comentarios al libro:


Entrevista al autor:


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1 comentario:

  1. podrian dar otro link para descargar el libro ya que el megaupload esta restringido, xfavor c:

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