viernes, 1 de julio de 2011

Lugares comunes

Él
Lugares comunes
Editorial Ínfima. Lima, 2011, 60 páginas.

Corría el año 2001, y yo llevaba mis primeros cursos en la facultad de Derecho de la PUCP. En ese lugar no me sentía cómodo, pues me fastidiaban la excesiva envidia académica entre los alumnos y los egos henchidos como globos de los profesores. Debido a esta atmósfera, y en procura de un instante de tranquilo silencio, en ocasiones me sumaba a las clases de Letras y Ciencias Humanas. Allí, en medio de los que posteriormente serían algunos de los narradores y poetas de la década del 2000,  conocí a un chico de ojos melancólicos y postura cabizbaja. Me había sentado a su derecha, y vi que, en lugar de prestar atención al dictado de la materia, escribía y reescribía de manera exhaustiva unos breves poemas. De inmediato, le inicié conversación. Al principio no me hizo caso, pero, ya en la rotonda, se descubrió como un conversador excesivo, de aquellos que inundan el universo con miles y miles de palabras. Entre otros detalles, me contó que pertenecía a Derecho, y que, cuando gozaba de tiempo libre, se metía a algunos cursos de la especialidad de Literatura. Esta coincidencia con mis intereses me agradó; y al poco tiempo, Él y yo nos convertimos en amigos inseparables.
            Y bueno, a modo de paréntesis, quiero que se fijen en el pronombre que he usado: Él.
            –¿Cómo te llamas? –recuerdo que le pregunté al tercer o cuarto día en que nos encontramos en el mismo aula.
            –Él –me respondió.
            –Pero ese no es un nombre.
            –Sí, lo sé –concluyó, con tono de fastidio–. Pero así me gusta que me reconozcan.
            Y nunca más volví a tocar el tema.
            Como es inevitable, los años pasaron a la velocidad de un bólido, y Él y yo terminamos convertidos en abogados, pero con ansias literarias que atravesaban en la forma de nubes albas nuestros ojos oscuros. Por mi parte, he logrado pergeñar un libro de relatos (Tres GirosMortales[1]) del cual, pese a su primera edición fallida, no me arrepiento. Con gran dificultad, he trazado luego una novela (Solo Un Punto[2]), en la  permiso, lo canibalicé literariamente hasta hacer míos sus detalles biográficos: describí sus fobias, sus relaciones de amistad y las terribles anécdotas que experimentó en su colegio, el San Agusto. Es más, todo aquello es insignificante en comparación de lo que sigue: llegué al extremo de añadir, con el propósito de enriquecer mi ficción, unos cuantos de sus primeros poemas entre mi prosa desabrida. Confieso que, si algo vale la pena en mi novela, son esos versos de melancólica belleza.
            Mostrando un irrefutable talento, Él también ha persistido en su búsqueda de una estética propia. Si bien esta es su primera publicación, doy fe de haber leído tres poemarios suyos anteriores al presente. El motivo por el cual no los sacó a la luz fue su falta de desvergüenza: no tenía el estado de ánimo necesario para soportar críticas letales a sus escritos tempranos. No obstante, animado por mis elogios a su obra, y con la seguridad del que ha acumulado experiencia en el manejo del lenguaje, Él ahora desenfunda este poemario de lúcido y desconcertante contenido.
            Sobre las piezas que componen este trabajo y el concepto general que las vincula, no diré mucho. Aunque suelo leer poesía, no me considero el más indicado para explayarse en dicho tema.  Eso  sí,  quiero señalar que algunos tópicos recurrentes en este texto me atraen sobre manera, puesto que, a mi parecer, son hitos esenciales de la literatura universal: el viaje, los límites de la palabra, el amor.
            –¿Y firmarás con el Él tu libro? –le inquirí, hace unos días atrás.
            –Claro. Ya te lo he dicho: a mí me agrada que me reconozcan como Él.
            –Bueno.
            –Más bien, quiero pedirte un favor: ¿puedes escribir unas palabras iniciales para mi poemario? ¿Quieres ser algo así como mi presentador?
–Por su puesto –le  respondí–.  Con  tal  de  que por fin me reveles tu nombre.
            –Es uno muy común –me dijo–. Y por supuesto que te lo diré.
            –¿Y cuál es?
            –Él.


Julio Meza Díaz

Gracias al Creative Commons, que el autor no dudó en especificar en las primeras páginas de su libro, podemos desgarcar el poemario completo desde este link:



[1] Editorial Casa Tomada. Lima, 2007.
[2] Editorial Mesa Redonda. Lima, 2010.


No hay comentarios:

Publicar un comentario