Durant, Alberto. ¿Dónde está el pirata? Para entender el comercio informal de películas digitales en el Perú. Lima. Edición del Autor. 2009. 83 páginas.
Lo confieso: al igual que cualquier mortal en el Perú, yo consumo películas piratas. La cartelera me parece, por lo general, malísima; mis horarios no me permiten seguir la programación del cable; el precio de los DVD originales me es inalcanzable. Frente a este panorama, no me resta más que dos posibilidades: o me olvido del buen cine o compro películas piratas. Hace dos semanas estaba en Polvos Azules, buscando películas animadas francesas. Mientras recorría con los ojos los títulos en anaqueles, me di con una sorpresa desconcertante. Entre Fata Morgana y Hana-Bi, el arte de la tapa de un libro descollaba: un DVD vestía parche y pañuelo, al modo del Capitán Garfio. Como yo seguía paralizado, el vendedor, que es una persona aguda, me alcanzó el libro y me indicó divertido: “Por si acaso, es original”.
Lo confieso: al igual que cualquier mortal en el Perú, yo consumo películas piratas. La cartelera me parece, por lo general, malísima; mis horarios no me permiten seguir la programación del cable; el precio de los DVD originales me es inalcanzable. Frente a este panorama, no me resta más que dos posibilidades: o me olvido del buen cine o compro películas piratas. Hace dos semanas estaba en Polvos Azules, buscando películas animadas francesas. Mientras recorría con los ojos los títulos en anaqueles, me di con una sorpresa desconcertante. Entre Fata Morgana y Hana-Bi, el arte de la tapa de un libro descollaba: un DVD vestía parche y pañuelo, al modo del Capitán Garfio. Como yo seguía paralizado, el vendedor, que es una persona aguda, me alcanzó el libro y me indicó divertido: “Por si acaso, es original”.
No lo tuve que pensar: lo compré. Y camino a casa, en la combi de rigor, empecé a leerlo sin dejar de sorprenderme. Como muchos saben, Alberto Durant es director y productor de cine; y durante un buen tiempo, ha trabajado al lado de asociaciones e instituciones que luchan contra la piratería cinematográfica. La novedad es esta: Alberto Durant es un converso. Ahora su percepción sobre la piratería es otra. Mira con agrado al Capitán Garfio, mientras revisa los catálogos de las películas piratas “clásicas” y de las “ultimitas” también.
Copyright en la historia
En edición de autor, y bajo la licencia más amplia del Creative Commons, Durant ha publicado lo que fuera su tesis de la Maestría en Comunicaciones de la Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación de la PUCP. Con prosa didáctica, trata de resolver las preguntas: ¿qué hacer ante la piratería cinematográfica que implica a la mayor parte de la población?, ¿qué consecuencias tiene seguir penalizando esta piratería?, ¿es sostenible una legislación que afecta los intereses culturales de la sociedad en su conjunto?
Durant se sumerge un poco en la historia, y quizás esto es lo mejor del libro. Se remite al momento justo en que se planta la semilla del copyright. Es el siglo XVI. Inglaterra está bajo el reinado de María Tudor. Y es allí donde se da el primer derecho exclusivo de publicación. Los beneficiados son los editores que integran la “Stationers Company”. Y, por supuesto, “el precio que pagaban estos libreros a cambio del derecho monopólico de edición era la censura política”[1]. Durant subraya al respecto de este hecho histórico: el copyright emana del estado y no del autor, y el editor determina el precio sin considerar criterios del mercado.
En el XIX, al otro lado del charco, en EEUU, Thomas Jefferson polemiza con James Madison sobre la presencia del copyright en la Constitución de su país. Jefferson asumía que la idea es propiedad de la persona antes de expresarla; luego, la posesión de la idea es de todos. Madison postulaba que el copyright era un aliciente para que el creador siguiera con su trabajo. Jefferson, como buen liberal, temía que el copyright generara un monopolio, el cual terminara afectando “los intereses libres del mercado, la sociedad y el individuo”[2].
Jefferson quizás no descansa en paz. Lo que temía se cumplió con creces. Estamos en Middletown, Nueva York, 1920. Un artesano, René D. Grove, fundador de la Performo-Toy Company, fabricó un ratón de madera llamado Micky, el que fue patentado en 1926. Walt Disney toma el personaje en 1928, lo convierte en Micky Mouse, y lo hace objeto de una película y un millonario merchandising. El muñeco de Micky Mouse se vendió incluso en las tiendas de la Performo-Toy Company. Poco tiempo después, se sumaron al copyright los perniciosos lobbies, y “Disney demandó a la Performo Toy por copiar el muñeco. La poderosa productora hollywoodense ganó el juicio y la juguetería quebró”[3].
¿Quiénes son los piratas?
Durant reflexiona sobre el caso peruano, sin olvidar su ubicación en el contexto global. En el 2006, las cadenas de home-video Blockbuster y West-coast cierran sus locales en el Perú, admitiendo de esta manera su derrota frente a la piratería, la cual no ha triunfado solo por el precio reducido de su oferta, sino también por la variedad de esta. En las salas de cine nunca hay más de veinte películas en cartelera y cuatro estrenos. Por el contrario, en el mercado informal no se discrimina y se vende “filmes comerciales, películas de festivales, clásicos del cine, películas de culto o de cinematografías impensables para los distribuidores”[4].
Esto, ampliado en una perspectiva macro, podría hacer pensar que la industria cinematográfica va a pique. Pero afirmar ello sería un error. Los números no mienten. En el 2005, los ingresos mundiales de la industria cinematográfica norteamericana crecieron en 8% frente al año anterior. Quizás la piratería no esté laborando en desmedro de la industria, sino todo lo contrario. “El comercio informal de películas ha ampliado de una manera importante la oferta y diversidad de películas a todos los sectores sociales, y en especial a los que habían quedado fuera de este entretenimiento tras la aparición de los caros multicines y los altos precios de las películas en DVD originales”[5]. El mercado ha crecido. La publicidad de boca a boca parece eficaz. Más gente va al cine.
Pero en el mundo de lo formal se sigue insistiendo en el copyright. El plazo de duración de la licencia vence 70 años después de fallecido el autor. Y en el caso de derechos a favor de una corporación, vence 120 años después de creada la obra o 95 años después de publicada. Esta legislación origina paradojas propias de nuestro tiempo: Sony es propietaria de la Metro Goldwyn Mayer. Sony fabrica y vende tecnología para duplicar los DVD. Y, a través de la Metro Goldwyn Mayer, vende discos con bloqueo de copiado.
Nuevas olas
Sin embargo, paralelamente a este mundo contradictorio, Durant nos señala que una nueva generación se perfila dentro de la sociedad internet. En la web, “la información circula libre de forma virtual sin pagar nada a cambio”[6]. No ha habido negocio que cambie información por dinero que haya funcionado en internet. Algunos países se han adaptado positivamente a esta situación. En Canadá es legal descargar canciones. En compensación, a favor de los músicos y casas discográficas, “se ha creado un impuesto de 25 dólares sobre los aparatos grabadores y reproductores de MP3 y iPods”[7]. En Europa pasa lo mismo con las películas. “Las videograbadoras pagan un impuesto (que es trasladado por las tiendas al consumidor) que va a un fondo de la misma naturaleza que el canadiense”[8].
Canadá, Europa. Y en el Perú, ¿es sostenible una legislación que afecta los intereses culturales de la sociedad en su conjunto?, ¿qué consecuencias tiene seguir penalizando la piratería cinematográfica? Seguir por el camino que hemos venido recorriendo intensificará la confrontación entre la sociedad y la legalidad. “Si entendemos el aparato legal de un país como el marco que todos aceptamos para convivir en respeto de unos y otros, al margen de los abusos y privilegios, ¿cómo aceptar normas que están al servicio de unos pocos en detrimento de muchos?”[9]. Por ello, no se puede continuar con una legislación que “atenta contra los intereses culturales de la sociedad en su conjunto, y en particular contra los de la población de menores ingresos”[10]
¿Qué hacer, entonces, ante la piratería cinematográfica que implica a la mayor parte de la población? Se debe buscar una transformación del marco legal sobre productos cinematográficos, para así proteger tanto a productores y autores como a consumidores. Y he aquí el gran vacío del libro: Durant no se aventura a soltar una posible solución. Señala al enemigo y guarda silencio.
¿Dónde está el pirata? Para entender el comercio informal de películas digitales en el Perú es un buen libro. Genera extrañeza por su corta bibliografía (siendo un texto académico), desilusiona un poco por su falta de temeridad al final, pero entusiasma por su naturaleza de testimonio de parte. No todos los días lee uno el libro de un director de cine que aboga por el comercio informal de películas.
Y mientras el transformación del marco legal no llegue, sigamos observando con alegría al Capitán Garfio, el cual nos reconfirma con su presencia que, en la sociedad cibernética, “la legislación siempre camina rezagada con relación a los cambios tecnológicos, y tarde o temprano la primera tiene que adecuarse a la segunda”[11].
Julio Meza Díaz
Otro comentario sobre el libro:
Entrevistas al autor:
http://guillermoamoros.wordpress.com/2009/08/23/la-pirateria-es-un-invento-de-blockbuster-alberto-durant/
http://guillermoamoros.wordpress.com/2009/08/23/la-pirateria-es-un-invento-de-blockbuster-alberto-durant/
Descarga el libro completo:
[1] Durant, Alberto. ¿Dónde está el pirata? Para entender el comercio informal de películas digitales en el Perú. Lima. Edición del Autor. 2009.Pág. 56.
[2] Ibid. Pág. 59.
[3] Ibid. Pág. 63.
[4] Ibid. Pág. 30.
[5] Ibid. Pág. 51.
[6] Ibid. Pág. 39.
[7] Ibid. Pág. 40.
[8] Op cit.
[9] Ibid. Pág. 76.
[10] Ibid. Pág. 77.
[11] Ibid. Pág. 26.
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