Desde
el Perú la literatura boliviana actual es todavía un territorio por explorar.
Se conoce casi únicamente la obra de Edmundo Paz Soldán y se pasan por alto los
trabajos de otros autores de importancia. Esta situación no ha sido la misma
siempre. Durante la primera mitad del siglo XX hubo un vivo intercambio entre
ambos países. Los libros partían de Buenos Aires, pasaban por La Paz y luego
enrumbaban hacia Lima. Este trayecto posibilitó la aparición de las vanguardias
en Puno y creó un canal de diálogo entre escritores de diversas nacionalidades,
los cuales coincidían en búsquedas estéticas renovadoras e idearios políticos que
centraban su atención en las masas marginadas y oprimidas.
En
este contexto quizás los casos más representativos fueron los de Carlos Oquendo
de Amat y Gamaliel Churata. Ambos mantuvieron una relación estrecha con
Bolivia, en donde llegaron incluso a sufrir persecución por su compromiso
político. Churata fue el más activo. En 1918 fundó en Potosí, junto con el
crítico y novelista Carlos Medinaceli, la
revista Gesta bárbara, la que exhibió
un perfil modernista y reconoció al diplomático
y poeta Ricardo Jaimes Freyre como a una de sus influencias. Esta publicación
fue importante. De acuerdo con Arturo Vilchis Cedillo, autor del estudio sobre
Churata titulado Travesía de un itinerante,
los escritores que se agruparon en torno de Gesta
bárbara “sacudieron la literatura [boliviana]. La denunciaron en sus puntos
ciegos, atacaron sus fetiches. Iniciaron a algunos nuevos escritores, revisaron
los nuevos valores literarios”.[1]
En
la actualidad las circunstancias han variado. El intercambio descrito ha menguado
drásticamente. Se ignoran algunos cambios en la narrativa boliviana. Por
ejemplo el hecho de que frente a la larga tradición de novelas realistas centradas
en los problemas nacionales se abren paso textos de distinto cariz. Se están
escribiendo obras que toman el legado de la reflexión sobre lo social para diseñar
universos estéticos independientes. También se están elaborando ficciones sin
rasgos asociados a Bolivia. Esta literatura ha sido analizada en el artículo El futuro
llegó hace rato. Panorama de la
narrativa boliviana de la primera década del siglo XXI de
Magdalena González Almada y ha recibido el nombre de desmarcada.[2]
De
entre los autores que apuestan por estas vertientes se han escogido a los que
quizá poseen las trayectorias más interesantes. Cabe aclarar que no se pretende
reducir la literatura boliviana contemporánea a lo esbozado en este artículo.
Lo que se intenta es más bien despertar el interés del lector hacia una
literatura rica en matices y de gran calidad.
Homero Carvalho Oliva
Santa
Cruz, 1957. Es poeta, cuentista y novelista. Ha conseguido varios premios. Entre
ellos los siguientes: Latin American Writers Institute 1989; Nacional de Cuento
1995, por Historias de ángeles y
arcángeles; Nacional de Novela 1996, por Memoria de los espejos, y 2008, por La maquinaria de los secretos; y Nacional de Poesía 2012, por Inventario nocturno. Fue seleccionado por
Julio Ortega en la antología El Muro y la
intemperie: el nuevo cuento latinoamericano. Su obra apunta hacia la
reflexión sobre la realidad social boliviana. Sin embargo con La maquinaria de los secretos[3]
ha logrado el bosquejo de un universo inusual.
Escrito con una prosa que juega a
discurrir entre el ensayo y la ficción, este texto cuenta la historia de
Zacarías Rocha, agente del servicio secreto boliviano que ejerce el oficio de
“analista del lenguaje”[4] y es “responsable de la
investigación lingüística bajo el lema de que las palabras son el mayor
instrumento de poder creado por el hombre”.[5] Zacarías está cerca de
pasar al retiro y rememora algunas de sus acciones a lo largo de su carrera. Se
expone así cómo tras las bambalinas del poder se ha manipulado los avatares de
la política boliviana de las últimas décadas. Los métodos empleados para tal
fin han sido perversos y sin embargo no carecen de cierta cuota de humor. Por
ejemplo Zacarías no encuentra mejor forma de derrumbar la moral de los políticos
exiliados de los años 70 que haciendo “lanzar rumores dizque de buena fuente”[6] entre sus novias que los
esperan en Bolivia, quienes terminan por creer en los chismes e inician otras
relaciones. La misma ironía se manifiesta cuando se describe el modo delirante
en que se emplea la tecnología para fisgonear. Se dice al respecto: “Hay tantos
aparatos […] que en el Centro de Inteligencia, los más sofisticados y de última
generación llevan anotado su nombre y su función, tal como hicieron los pobladores
de Macondo cuando les atacó el virus de la amnesia”.[7]
La
conciencia analítica de Zacarías es infatigable. Constantemente somete los
eventos de la realidad a rigurosos análisis silogísticos. Desde su perspectiva
incluso el azar se erige como consecuencia del cálculo. Empero un hecho quiebra
la frialdad de su mirada. Conoce a Enrique Fuentes, un joven polígrafo que pone
en aprietos al gobierno desde sus textos periodísticos, los cuales firma con
diversos heterónimos. Aunque ayuda a neutralizar a Enrique empujándolo a la
paranoia, Zacarías empieza a cuestionar la tarea del servicio de inteligencia.
Su duda es castigada por una nueva generación de agentes, la cual ha logrado
conseguir el poder absoluto.
La maquinaria de los
secretos es una novela realista que deviene en el trazado de una
distopía.
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Cochabamba, 1960. Ha sido poeta y
autor de prosas breves en un primer momento de su carrera literaria. Luego
deriva a la novela, género con el que ha alcanzado importantes distinciones,
los premios Casa de las Américas 2009, por El
exilio voluntario; y Nacional de Novela 2011, por Diario secreto.[8] El 2013 ha publicado junto
a Roberto Navia el libro de no-ficción Crónicas
de perro andante y la novela Muerta
ciudad viva.
Quizá su larga experiencia de vida
en el extranjero (reside en Denver, Colorado, desde 1989) lo ha conducido a
diseñar textos en donde la idea de lo nacional se desdibuja y se convierte en el
telón de fondo sobre el cual se profundiza en los caracteres de los personajes.
Esta es la dinámica de Diario secreto.
Esta novela luce una prosa elegante salpicada
de eruditas referencias a personajes históricos de trayectoria sanguinaria. El
protagonista posee evidentes rasgos psicopáticos. Narra algunos episodios de su
vida. Cuando niño disfrutaba torturando a los sapos de un estanque colindante a
su casa, en el colegio dirigía una suerte de pandilla que coaccionaba a los más
pequeños y durante su juventud acostumbraba beber y gatillar episodios de
violencia extrema. Ya de adulto consigue manipular a los demás fingiendo
minusvalía en una silla de ruedas. Viaja mucho, sobre todo siguiendo el rastro de
sus amantes. Lejos de Bolivia comenta: “Esta ciudad tiene olor melancólico. ¿Y
cuál el olor a melancolía? Tiene olor, y color. No me pertenece, sin embargo, a
pesar de que algo debo decir para escenificar lo que veo y lo que siento”.[9] Sigue reflexionando para concluir
sobre su propio terruño: “Las calles llenas de automóviles; los manzanos ya
asoman pequeños frutos. No me pertenece, repito, mas tampoco aquella ciudad que
llamo mía”.[10]
Junto a las confesiones del
protagonista se suceden también las de varios personajes. La mamá, el papá, el condiscípulo,
entre otros, dan sus palabras sobre el accionar del protagonista. En ocasiones
lo juzgan con severidad pero también lo comprenden, justifican y hasta celebran.
El condiscípulo es quien muestra mayor entusiasmo. Luego de abandonar Bolivia se
ha convertido en oficial del ejército norteamericano. Monologa recordando a su compinche
de infancia: “Qué hubieras hecho, amigo, con la vida atenazada entre tus dedos,
la de los otros. Nos habríamos divertido. Las invasiones son violentas y
porosas, dejan escurrir mucho, filtrarse más”.[11]
Pese a sus acciones perversas el
protagonista no genera repulsa porque conjuga su necesidad de sangre con humor
negro. Curiosamente las sonrisas que provoca convierten al lector en silencioso
cómplice. Al respecto una escena es bastante gráfica. El protagonista se
encuentra conmovido por haber terminado la escritura de un libro de versos. Se
encuentra en un estado casi religioso. De pronto se cuelan las voces de alguien
que se ahoga en la piscina de al lado. Se fastidia por la interrupción. Toma un
palo y termina de hundir a quien reclama auxilio. Momentos después, reposando
en su cuarto, piensa en lo sucedido y concluye lacónicamente: “Soy un poeta (...).
Incomprendido”.[12]
Salpicar la responsabilidad de la
sangre es un recurso que se emplea también para cerrar la novela. Al desear y
contentarse con la muerte del protagonista el lector se convierte de modo simbólico
en otro asesino.
Sebastián Antezana
México
D.F., 1982. Llegó a La Paz cuando era muy niño y en esa ciudad desarrolló su
vocación literaria. Con su primer libro, La toma del manuscrito, obtuvo el premio Nacional de Novela 2007. Su
más reciente publicación es El amor según,[13]
novela del 2011 que ha alcanzado dos ediciones.
Antezana
busca de modo explícito construir una obra descontextualizada. En El amor según el único territorio es la
conciencia de Zimmer que sufre y se cuestiona por la repentina desaparición de
Mariana. Ambos son esposos. Zimmer es policía, Mariana fotógrafa. Ella ha
elaborado una obra artística reconocida aunque perturbadora. Usa como modelos a
niñas a quienes maquilla de forma insinuante. A cierto tipo de público dicha
audacia no le ha agradado. Mariana quizás ha sido víctima de la intolerancia.
Quizás se ha liado con algún amante (como sucedió en el pasado) y ha decidido irse.
Zimmer baraja todas las posibilidades.
Estos
elementos parecieran los de una novela negra pero conforman más bien la
epidermis del texto. En El amor según reverbera
una prosa de intenso lirismo que apunta al asedio de distintos tópicos sobre el
amor, la ausencia y la distancia. El amor se aborda como la fusión de la
pareja: “Sólo con Mariana había podido ser el que quería ser. Se había
entregado completamente, piensa, si es que eso era posible. Había tratado de
olvidarse de Zimmer y pensarse en dos”.[14] La ausencia se vincula a la
angustia ante el vacío: “Esto no puede ser posible, Mariana tiene que estar en
algún lado. Si no está muerta tiene que estar en algún lugar, ocupar algún
espacio”.[15]
La distancia se entiende como el dolor que se cierne sobre los implicados: “Mariana
no es escandalosa sino triste, se dice, triste sobre todo porque él la ama,
pese a todo, pese a una profunda cotidianidad. La ve entonces sola, alejada,
viva, extrañándolo también”.[16]
Zimmer termina por aceptar lo
inexplicable en la desaparición de Mariana. Va más allá de los tópicos. El amor según se torna entonces en un
recorrido existencial hacia la nada.
Julio Meza Díaz
(Publicado originalmente en una versión resumida en la revista literaria El Buen Salvaje Nro. 11).
* En la primera imagen, Gamaliel Churata.
[1] VILCHIS CEDILLO, Arturo. Travesía de un itinerante. Puno:
Universidad Nacional del Altiplano, 2013, p. 55.
[2] GONZÁLEZ ALMADA, Magdalena. El
futuro llegó hace rato. Panorama de la
narrativa boliviana de la primera década del siglo XXI. En: Revista
88 grados. La Paz: Revista 88 grados, 2014, año 1, n° 2, enero, pp. 16 y
17.
[3] CARVALHO OLIVA, Homero. La maquinaria de los secretos. Santa
Cruz de la Sierra: La Mancha, 2009, 191 p.
[4] Ibídem. p. 12.
[5] Ibídem.
[6] Ibídem. p. 98.
[7] Ibídem. p. 100.
[8] FERRUFINO-COQUEUGNIOT, Claudio. Diario secreto. La Paz: Alfaguara, 2011,
229 p.
[9] Ibídem. p. 45.
[10] Ibídem.
[11] Ibídem. p. 142.
[12] Ibídem. p. 24.
[13] ANTEZANA, Sebastián. El amor según. La Paz: El Cuervo, 2012,
101 p.
[14] Ibídem. p. 43.
[15] Ibídem. p. 47.