sábado, 17 de mayo de 2014

Tres narradores bolivianos contemporáneos

Desde el Perú la literatura boliviana actual es todavía un territorio por explorar. Se conoce casi únicamente la obra de Edmundo Paz Soldán y se pasan por alto los trabajos de otros autores de importancia. Esta situación no ha sido la misma siempre. Durante la primera mitad del siglo XX hubo un vivo intercambio entre ambos países. Los libros partían de Buenos Aires, pasaban por La Paz y luego enrumbaban hacia Lima. Este trayecto posibilitó la aparición de las vanguardias en Puno y creó un canal de diálogo entre escritores de diversas nacionalidades, los cuales coincidían en búsquedas estéticas renovadoras e idearios políticos que centraban su atención en las masas marginadas y oprimidas.
En este contexto quizás los casos más representativos fueron los de Carlos Oquendo de Amat y Gamaliel Churata. Ambos mantuvieron una relación estrecha con Bolivia, en donde llegaron incluso a sufrir persecución por su compromiso político. Churata fue el más activo. En 1918 fundó en Potosí, junto con el crítico y novelista Carlos Medinaceli, la revista Gesta bárbara, la que exhibió un perfil modernista y reconoció al diplomático y poeta Ricardo Jaimes Freyre como a una de sus influencias. Esta publicación fue importante. De acuerdo con Arturo Vilchis Cedillo, autor del estudio sobre Churata titulado Travesía de un itinerante, los escritores que se agruparon en torno de Gesta bárbara “sacudieron la literatura [boliviana]. La denunciaron en sus puntos ciegos, atacaron sus fetiches. Iniciaron a algunos nuevos escritores, revisaron los nuevos valores literarios”.[1]
En la actualidad las circunstancias han variado. El intercambio descrito ha menguado drásticamente. Se ignoran algunos cambios en la narrativa boliviana. Por ejemplo el hecho de que frente a la larga tradición de novelas realistas centradas en los problemas nacionales se abren paso textos de distinto cariz. Se están escribiendo obras que toman el legado de la reflexión sobre lo social para diseñar universos estéticos independientes. También se están elaborando ficciones sin rasgos asociados a Bolivia. Esta literatura ha sido analizada en el artículo El futuro llegó hace rato. Panorama de la narrativa boliviana de la primera década del siglo XXI de Magdalena González Almada y ha recibido el nombre de desmarcada.[2]
De entre los autores que apuestan por estas vertientes se han escogido a los que quizá poseen las trayectorias más interesantes. Cabe aclarar que no se pretende reducir la literatura boliviana contemporánea a lo esbozado en este artículo. Lo que se intenta es más bien despertar el interés del lector hacia una literatura rica en matices y de gran calidad.

Homero Carvalho Oliva
            Santa Cruz, 1957. Es poeta, cuentista y novelista. Ha conseguido varios premios. Entre ellos los siguientes: Latin American Writers Institute 1989; Nacional de Cuento 1995, por Historias de ángeles y arcángeles; Nacional de Novela 1996, por Memoria de los espejos, y 2008, por La maquinaria de los secretos; y Nacional de Poesía 2012, por Inventario nocturno. Fue seleccionado por Julio Ortega en la antología El Muro y la intemperie: el nuevo cuento latinoamericano. Su obra apunta hacia la reflexión sobre la realidad social boliviana. Sin embargo con La maquinaria de los secretos[3] ha logrado el bosquejo de un universo inusual.
            Escrito con una prosa que juega a discurrir entre el ensayo y la ficción, este texto cuenta la historia de Zacarías Rocha, agente del servicio secreto boliviano que ejerce el oficio de “analista del lenguaje”[4] y es “responsable de la investigación lingüística bajo el lema de que las palabras son el mayor instrumento de poder creado por el hombre”.[5] Zacarías está cerca de pasar al retiro y rememora algunas de sus acciones a lo largo de su carrera. Se expone así cómo tras las bambalinas del poder se ha manipulado los avatares de la política boliviana de las últimas décadas. Los métodos empleados para tal fin han sido perversos y sin embargo no carecen de cierta cuota de humor. Por ejemplo Zacarías no encuentra mejor forma de derrumbar la moral de los políticos exiliados de los años 70 que haciendo “lanzar rumores dizque de buena fuente”[6] entre sus novias que los esperan en Bolivia, quienes terminan por creer en los chismes e inician otras relaciones. La misma ironía se manifiesta cuando se describe el modo delirante en que se emplea la tecnología para fisgonear. Se dice al respecto: “Hay tantos aparatos […] que en el Centro de Inteligencia, los más sofisticados y de última generación llevan anotado su nombre y su función, tal como hicieron los pobladores de Macondo cuando les atacó el virus de la amnesia”.[7]
La conciencia analítica de Zacarías es infatigable. Constantemente somete los eventos de la realidad a rigurosos análisis silogísticos. Desde su perspectiva incluso el azar se erige como consecuencia del cálculo. Empero un hecho quiebra la frialdad de su mirada. Conoce a Enrique Fuentes, un joven polígrafo que pone en aprietos al gobierno desde sus textos periodísticos, los cuales firma con diversos heterónimos. Aunque ayuda a neutralizar a Enrique empujándolo a la paranoia, Zacarías empieza a cuestionar la tarea del servicio de inteligencia. Su duda es castigada por una nueva generación de agentes, la cual ha logrado conseguir el poder absoluto.
La maquinaria de los secretos es una novela realista que deviene en el trazado de una distopía.

Claudio Ferrufino-Coqueugniot
            Cochabamba, 1960. Ha sido poeta y autor de prosas breves en un primer momento de su carrera literaria. Luego deriva a la novela, género con el que ha alcanzado importantes distinciones, los premios Casa de las Américas 2009, por El exilio voluntario; y Nacional de Novela 2011, por Diario secreto.[8] El 2013 ha publicado junto a Roberto Navia el libro de no-ficción Crónicas de perro andante y la novela Muerta ciudad viva.
            Quizá su larga experiencia de vida en el extranjero (reside en Denver, Colorado, desde 1989) lo ha conducido a diseñar textos en donde la idea de lo nacional se desdibuja y se convierte en el telón de fondo sobre el cual se profundiza en los caracteres de los personajes. Esta es la dinámica de Diario secreto.
            Esta novela luce una prosa elegante salpicada de eruditas referencias a personajes históricos de trayectoria sanguinaria. El protagonista posee evidentes rasgos psicopáticos. Narra algunos episodios de su vida. Cuando niño disfrutaba torturando a los sapos de un estanque colindante a su casa, en el colegio dirigía una suerte de pandilla que coaccionaba a los más pequeños y durante su juventud acostumbraba beber y gatillar episodios de violencia extrema. Ya de adulto consigue manipular a los demás fingiendo minusvalía en una silla de ruedas. Viaja mucho, sobre todo siguiendo el rastro de sus amantes. Lejos de Bolivia comenta: “Esta ciudad tiene olor melancólico. ¿Y cuál el olor a melancolía? Tiene olor, y color. No me pertenece, sin embargo, a pesar de que algo debo decir para escenificar lo que veo y lo que siento”.[9] Sigue reflexionando para concluir sobre su propio terruño: “Las calles llenas de automóviles; los manzanos ya asoman pequeños frutos. No me pertenece, repito, mas tampoco aquella ciudad que llamo mía”.[10]
            Junto a las confesiones del protagonista se suceden también las de varios personajes. La mamá, el papá, el condiscípulo, entre otros, dan sus palabras sobre el accionar del protagonista. En ocasiones lo juzgan con severidad pero también lo comprenden, justifican y hasta celebran. El condiscípulo es quien muestra mayor entusiasmo. Luego de abandonar Bolivia se ha convertido en oficial del ejército norteamericano. Monologa recordando a su compinche de infancia: “Qué hubieras hecho, amigo, con la vida atenazada entre tus dedos, la de los otros. Nos habríamos divertido. Las invasiones son violentas y porosas, dejan escurrir mucho, filtrarse más”.[11]
            Pese a sus acciones perversas el protagonista no genera repulsa porque conjuga su necesidad de sangre con humor negro. Curiosamente las sonrisas que provoca convierten al lector en silencioso cómplice. Al respecto una escena es bastante gráfica. El protagonista se encuentra conmovido por haber terminado la escritura de un libro de versos. Se encuentra en un estado casi religioso. De pronto se cuelan las voces de alguien que se ahoga en la piscina de al lado. Se fastidia por la interrupción. Toma un palo y termina de hundir a quien reclama auxilio. Momentos después, reposando en su cuarto, piensa en lo sucedido y concluye lacónicamente: “Soy un poeta (...). Incomprendido”.[12]
            Salpicar la responsabilidad de la sangre es un recurso que se emplea también para cerrar la novela. Al desear y contentarse con la muerte del protagonista el lector se convierte de modo simbólico en otro asesino.

Sebastián Antezana
México D.F., 1982. Llegó a La Paz cuando era muy niño y en esa ciudad desarrolló su vocación literaria. Con su primer libro, La toma del manuscrito, obtuvo el premio Nacional de Novela 2007. Su más reciente publicación es El amor según,[13] novela del 2011 que ha alcanzado dos ediciones.
Antezana busca de modo explícito construir una obra descontextualizada. En El amor según el único territorio es la conciencia de Zimmer que sufre y se cuestiona por la repentina desaparición de Mariana. Ambos son esposos. Zimmer es policía, Mariana fotógrafa. Ella ha elaborado una obra artística reconocida aunque perturbadora. Usa como modelos a niñas a quienes maquilla de forma insinuante. A cierto tipo de público dicha audacia no le ha agradado. Mariana quizás ha sido víctima de la intolerancia. Quizás se ha liado con algún amante (como sucedió en el pasado) y ha decidido irse. Zimmer baraja todas las posibilidades.
Estos elementos parecieran los de una novela negra pero conforman más bien la epidermis del texto. En El amor según reverbera una prosa de intenso lirismo que apunta al asedio de distintos tópicos sobre el amor, la ausencia y la distancia. El amor se aborda como la fusión de la pareja: “Sólo con Mariana había podido ser el que quería ser. Se había entregado completamente, piensa, si es que eso era posible. Había tratado de olvidarse de Zimmer y pensarse en dos”.[14] La ausencia se vincula a la angustia ante el vacío: “Esto no puede ser posible, Mariana tiene que estar en algún lado. Si no está muerta tiene que estar en algún lugar, ocupar algún espacio”.[15] La distancia se entiende como el dolor que se cierne sobre los implicados: “Mariana no es escandalosa sino triste, se dice, triste sobre todo porque él la ama, pese a todo, pese a una profunda cotidianidad. La ve entonces sola, alejada, viva, extrañándolo también”.[16]
            Zimmer termina por aceptar lo inexplicable en la desaparición de Mariana. Va más allá de los tópicos. El amor según se torna entonces en un recorrido existencial hacia la nada.


Julio Meza Díaz

(Publicado originalmente en una versión resumida en la revista literaria El Buen Salvaje Nro. 11).



* En la primera imagen, Gamaliel Churata. 

[1] VILCHIS CEDILLO, Arturo. Travesía de un itinerante. Puno: Universidad Nacional del Altiplano, 2013, p. 55.
[2] GONZÁLEZ ALMADA, Magdalena. El futuro llegó hace rato. Panorama de la narrativa boliviana de la primera década del siglo XXI. En: Revista 88 grados. La Paz: Revista 88 grados, 2014, año 1, n° 2, enero, pp. 16 y 17.
[3] CARVALHO OLIVA, Homero. La maquinaria de los secretos. Santa Cruz de la Sierra: La Mancha, 2009, 191 p.
[4] Ibídem. p. 12.
[5] Ibídem.
[6] Ibídem. p. 98.
[7] Ibídem. p. 100.      
[8] FERRUFINO-COQUEUGNIOT, Claudio. Diario secreto. La Paz: Alfaguara, 2011, 229 p.
[9] Ibídem. p. 45.
[10] Ibídem.
[11] Ibídem. p. 142.
[12] Ibídem. p. 24.
[13] ANTEZANA, Sebastián. El amor según. La Paz: El Cuervo, 2012, 101 p.
[14] Ibídem. p. 43.
[15] Ibídem. p. 47.
[16] Ibídem. p. 86.

Cacería de Espejismos

Cacería de espejismos
Pedro Novoa
Lima: Universidad César Vallejo, 2013, 143 p.

Aunque sus anteriores entregas, las novelas Seis metros de soga y Maestra vida, lo muestran como un escritor inserto en la estética del realismo y preocupado por la experimentación con el lenguaje, se debe recordar que Novoa comenzó su obra elaborando mundos imaginarios que echan mano de lo fantástico y la ciencia ficción. Varios de estos textos merecieron reconocimientos internacionales y ahora conforman el conjunto de Cacería de espejismos.
            El libro abre con Al revés, el cuento, el que gracias a una argucia técnica (la modificación lógica de la sintaxis) genera un atmósfera teñida de contrasentidos. Esta llamativa pieza puede leerse como un arte poética, la cual se complementa con Para qué escribo este cuento, la que además de razones estéticas esgrime justificaciones existenciales para el ejercicio literario.
            Un sino parece ceñirse sobre algunos de los personajes. El modo de enfrentarlo pasa por el recurso a la tecnología. En Inserte cuatro monedas de a sol, por favor un joven intenta evadir la mediocridad de su vida mediante un programa de computadora; en Dos palabras resaltadas un científico modifica el pasado para cambiar la suerte de una pareja de amigos; y en ¿Te sientes bien? el conductor de una aeronave trata de escapar a la venganza de un extraño ser mediante la operación cerebral que le realiza un androide. Sin embargo todo esfuerzo es inútil. La conclusión es una ácida ironía de la cual no está exenta el mismo lector como en Estás infectado, en el que un virus se apodera de todo aquel que consume literatura.
            Las reivindicaciones también tienen un espacio. Pasan por la conexión entre realidades diferenciadas o por la rebeldía. Por ejemplo, en Quiero ser un personaje de cuento de CF y todo arreglado un migrante se libera de su arrendador incluyéndolo en la escritura de su ficción; y en Un artefacto en Lima un repartidor de pizzas se venga de los abusos de su jefe convirtiéndose en un cerdo.
Mención aparte merecen Lápices lacrimales y 500 nanosegundos. En el primero se da cuenta de un planeta tierra desolado por la contaminación y las industrias de computadoras; en el otro un robot le encuentra sentido a su existencia de 300 años de esclavitud y con su ejemplo mueve a un humano a la reflexión sobre la libertad. Estas miradas contrapuestas nos revelan a un autor lejano de los maniqueísmos vinculados al desarrollo tecnológico.
            Cacería de espejismos ratifica a Novoa como poseedor de amplias herramientas expresivas y de una singular capacidad para desenvolverse con soltura en diferentes géneros narrativos.


Julio Meza Díaz 

(Publicado originalmente en la revista literaria El Buen Salvaje Nro. 7).

jueves, 24 de octubre de 2013

Crónicas de Londres

Gunter Silva Passuni
Atalaya editores, 2012
124 págs.

Varios son los escritores peruanos que han optado por el autoexilio para entregarse de lleno a sus búsquedas estéticas. Desde ahora entre ellos tenemos que contar a Gunter Silva Passuni, quien dejó La Merced, Chanchamayo, para sumarse al trajín cultural europeo. Y desde allí nos ha dado a conocer su primer fruto: Crónicas de Londres.
            En este conjunto de narraciones breves la capital del Reino Unido parece el telón de fondo de las vicisitudes del inmigrante latinoamericano, quien se encuentra por lo común en una situación de pobreza o, en el mejor de los casos, sumergido en el estrés de la inestabilidad laboral. Sin embargo estos elementos no convierten al libro de Silva Passuni en uno de carácter meramente sociológico. Su lenguaje reposado, cubierto a ratos con trazos de un lirismo melancólico, se entrelaza con los finales abiertos de las historias, los cuales apuntan tanto a la violencia, la locura y el castigo como a la esperanza. Esta última se relaciona con el ejercicio de la literatura, como en el cuento Poeta muerto, en el que un estudiante universitario está al borde de la desdicha, pero el recuerdo de un antiguo vate y la posibilidad de traducirlo para el público inglés hace “que un sol inusitado [aparezca] sobre la ciudad”. Algo semejante ocurre en París era una fiesta, si ganabas en pounds, texto de corte autobiográfico en el que se asocia la alegría vital con la pasión por la belleza y el arte.
            Resulta llamativo que, además del espacio geográfico, otra sea también la idea central que subyace y vincula a cada uno de estos relatos. Los personajes asumen el amor de forma muy humana: como aquello que no necesita ser eterno para ser verdadero. Así, en La foto perfecta el protagonista ayuda en los preparativos de la boda de su ex pareja, mientras recuerda los agradables momentos que compartió con ella y se alegra por su nueva vida; en Lottie una mujer adulta conjura su soledad gracias al breve afecto de un joven; y en Vino tinto en Mac Donalds la locuacidad y ternura de una jovencita encandilan a un muchacho, quien descuida la realización de un delito.

            Crónicas de Londres es un libro recomendable, que invita a una dulce languidez. 


Julio Meza Díaz

(Publicado originalmente en la revista literaria El Buen Salvaje Nro. 6).

Conversaciones en la Ciudad de Cartón

Miguel Det y Águeda Noriega.
Conversaciones en la Ciudad de Cartón.

Lima: Contracultura, 2011, 64 p.

Martín Adán es aquel mito cierto que encarnó ora a Rafael de la Fuente Benavides (su verdadero nombre) ora a la poesía misma. Además de la fuerza de su obra, la vida con la que cargó estuvo atravesada por circunstancias verdaderamente singulares. Autor adolescente celebrado por un libro brillante, se autoexilia en el hospital psiquiátrico Larco Herrera y desde allí parte a largas travesía alcohólicas durante las cuales escribe en servilletas y se entrevista con noveles artistas e incluso recibe la visita de gigantes como Allen Ginsberg. Tratar de recoger estos y otros hitos de sus días es un trabajo de difícil realización. Aunque ello se ha logrado en detalladas investigaciones, no se había intentado antes mediante el arte del comic y sus amplias posibilidades expresivas. Este es el desafío al que se han enfrentado Miguel Det y Águeda Noriega y del que en nuestra opinión han salido bien librados y con una victoria estética de valor.

El tejido de los lenguajes

Conversaciones en la Ciudad de Cartón es una biografía de Martín Adán novelada en forma gráfica. Las páginas iniciales nos lo muestran anciano, enfermo y esperando la llegada de la muerte como purificación y acto de libertad final. Luego la historia se dispersa en un transcurrir de voces que se reparten en distintos pasajes y momentos. Entre otros se entremezclan los diálogos de Martín Adán con José Carlos Mariátegui, con Ramón, el hermano fallecido y alter ego del poeta, y con los jóvenes a quienes se confiesa entre bebidas. La línea que vincula estos intercambios es el devenir del personaje central pero también la capacidad de la palabra para gestar un entretejido de reflexiones y cuestionamientos, el cual termina incluso por interpelar al lector y los sucesos más recientes. No por gusto se dedica una página a contrastar la cuidada apariencia de ciertos políticos con sus actos de corrupción y sus endebles discursos. (p. 57) La apuesta es por una permanente construcción de significados.
Para sostener este propósito se elabora una estructura compleja. Se recurre a saltos espacio-temporales entre el Martín Adán adolescente, el joven y el de sus últimos años. También se evidencia las elaboraciones de su mundo interior como su participación en la vida pública. Estos ejes se concatenan hasta conformar un relato envolvente, lo que se puede comprobar revisando cualquier fragmento. Por ejemplo, mientras el espectro de Martín Adán explica sus razones de vida cruza la escena un Charlot borracho y en seguida nos encontramos ante la orden de internamiento del poeta por alcoholismo en 1935. Luego, casi sin respetar la continuidad, nos sorprenden los recuerdos sobre  José María Eguren y César Vallejo. (p. 25-27) Es cierto que estos giros y detalles requieren de un lector atento y entrenado. Sin embargo no dejan de ser atractivos y generar una apasionada lectura.
Un componente llamativo se añade a las anteriores técnicas y se ubica en el centro mismo del libro. Martín Adán luce joven y con el dorso desnudo. Describe los malecones de Barranco y sus jardines. A su espalda gira un mundo rodeado por el vuelo de palomas blancas. (p. 38) Esta viñeta es la dinamo hacia la que se conduce la primera mitad del libro y de donde recomienza el resto. Dicha segmentación parece sugerir dos etapas significativas: la progresiva pérdida de la inocencia y el despertar sexual.

Poesía plástica

Una característica lograda de Conversaciones en la Ciudad de Cartón es la fluidez con que dialogan los versos seleccionados de Martín Adán y el trazo y la composición de los dibujos de Det y Águeda. Esta interconexión entre lenguajes distintos no resbala en ningún momento en la simple reproducción gráfica del contenido escrito. Se apuesta por potenciar los textos con imágenes y lograr así mayores reverberaciones semánticas. Un ejemplo son las páginas dedicadas al paseo que Martín Adán realiza desde el hospital psiquiátrico Larco Herrera hasta una tupida arboleda. Mientras se suceden fragmentos poéticos sobre el amor y el deseo una pareja de amantes reclama su frustración y una mujer que de lejos exhibe un bello semblante revela en la proximidad el rostro de la muerte. (pp. 48-51)
Entre el torrente de imágenes destacan dos constantes. La primera es la obsesión por los claroscuros y las cabelleras imbricadas, elementos que parecieran referir de modo simbólico a la propia estructura del relato. La otra es el empleo de las líneas redondas y amenas, las que tienen como objetivo oxigenar la densidad de la narración. Ambos estilos gráficos están distribuidos buscando compensarse. Con ello se logra imprimir un ritmo armonioso y se enriquece la superficie visual. Este contraste funciona con destacado acierto en el intercambio entre los momentos apacibles de un Martín Adán joven acompañado de su hermano y la desesperación alcohólica en la que cae un Martín Adán envejecido y solitario.
            Párrafo aparte merece la técnica que se emplea para diseñar el fantasma de Martín Adán. Este, que cuando vivo y adolescente recorría la ciudad mediante el tranvía, ahora lo hace en el transporte público conocido como combi. Deja la estela de su presencia en un soliloquio poético enfebrecido y en la contemplación de los demás pasajeros, quienes ya no poseen los rasgos de los limeños de inicios del XX sino los de los actuales habitantes de la capital: una población mestiza con marcados elementos andinos y usuaria de artefactos tecnológicos como el celular. Así, el Martín Adán post mortem es un ente que se perfila a partir de la observación a los otros.

Figuras históricas

Entre otras figuras aparecen en la novela José Carlos Mariátegui, César Vallejo, José María Eguren, Raúl Porras Barrenechea, Estuardo Núñez, Luis Alberto Sánchez, Víctor Andrés Belaúnde y José Jiménez Borja. Si bien estos personajes son empleados para señalar las influencias académicas como políticas de Martín Adán también permiten ubicarlo en determinados momentos de la historia peruana. Cabe señalar que a esta lógica biográfica se le suman los recursos de la ficción pero sobre todo la voluntad de romper prejuicios. Así, estas presencias no son simples monigotes sino sujetos de ricos matices y constante crítica.
Destacan los pasajes dedicados a José Carlos Mariátegui, José Jiménez Borja y Estuardo Núñez.
Martín Adán se entrevista con Mariátegui, quien con un original de La Casa de Cartón en la mano le dice: “¿De modo que usted es el joven de buena familia que quiere publicar irrespetuosos párrafos sobre ella, eh?”. Martín Adán queda lelo y Mariátegui continúa: “Digamos que eso explica porqué no busca a un Riva Agüero para suplicar prólogo…”. (p. 6). Poco después Martín Adán participa en la revista Amauta. Le lee a Mariátegui su más reciente colaboración: “¿Josefina Baker bailando calata? ¿¿Jazz?? ¡Jamás! El repertorio del Amauta se reduce a la internacional, kaswas y yaravíes”. Y añade: “¿Qué le pareció mi reseña, José Carlos?”. Mariátegui responde envuelto en carcajadas: “¡Ahora solo falta que algún lector ingenuo se lo crea!”. (p. 9) El retrato de Mariátegui se detiene en su corrosivo aunque poco famoso sentido del humor. Queda claro su compromiso social y filiación política pero también su amplio juicio estético, el que no se somete a ningún dictado ideológico.
En la misma página se da cuenta de la polémica desatada entre Mariátegui y José Jiménez Borja, quien fuera dirigente de la Acción Social de la Juventud (ASJ). Martín Adán se matricula en algunos cursos de la ASJ, pero Jiménez Borja lo asume como miembro completo de su agrupación católica. Luego de las pullas entre ambos intelectuales por la filiación política de Martín Adán, este cae en la confusión por el escándalo y porque parece sentirse timado. Sin embargo Estuardo Núñez le aclara la circunstancia a su amigo: “¡Calma, Rafael! Esos comehostias de la ASJ solo querían disfrazar su conservadurismo político con una “ideología novedosa””, (pp. 9-10) y un Martín Adán ya mayor agrega, con el panorama observado ahora desde la experiencia: “En mi interior deseé que Mariátegui pagase aquellas horas de angustia que mi participación en Amauta involuntariamente me había causado con un hijo o nieto imbécil de hibridez monstruosa, un “liberal-conservador””. (p. 10).

Invitación

Es una lástima que algunos lectores y críticos peruanos sigan asumiendo  la novela gráfica como un género literario menor. Quizá esto explica que Conversaciones en la Ciudad de Cartón haya pasado casi desapercibido o, lo que es peor, haya recibido comentarios de desdén por su elaboración neobarroca. Sin embargo para nosotros queda claro que este libro de Det y Águeda es un aporte descollante al comic local y un complemento a los esfuerzos biográficos sobre Martín Adán de José Antonio Bravo y Luis Vargas Durand.
Conversaciones en la Ciudad de Cartón es una invitación al mundo del poeta de los lelos y frágiles inviernos de Barranco.



Julio Meza Díaz

(Publicado originalmente en la página web "el roommate: colectivo de lectores").

El Cuento Peruano 2001-2010

El Cuento Peruano 2001-2010
Ricardo González Vigil
Ediciones Copé. Lima, 2013, 2 Vol.

Quizá haya lectores que conozcan a Ricardo González Vigil solo por los artículos y reseñas que ha escrito para el diario El Comercio desde hace varios lustros. De ser así cabe una enmienda. González Vigil (GV) es un crítico literario de sólida formación y larga trayectoria. Entre otros temas sus trabajos han abordado los desarrollos creativos de figuras centrales de la literatura peruana como el Inca Garcilaso de la Vega, César Vallejo, José María Arguedas y Gamaliel Churata. Estos aportes han merecido varios reconocimientos. Por ejemplo la editorial Cátedra acogió un ensayo suyo que presenta la edición de Los ríos profundos (Cátedra, 1998) para el catálogo Letras Hispánicas y su esfuerzo como recopilador y estudioso de la obra completa de Vallejo fue reeditado (PetroPerú, 2012). Sus investigaciones se han detenido también en los autores de las décadas del 50 y 60, lo que se aprecia en el tomo Años decisivos de la narrativa peruana (San Marcos, 2008). Paralelamente ha ejercido las labores de conferencista y docente universitario. Sus credenciales académicas entonces no son pocas. Y fundándose en ellas se ha empeñado en la que tal vez sea su obra monumental: la compilación de los más destacados cuentos peruanos.
Aunque no han sido publicados en el orden en el que los presentamos, este proyecto parte con el libro El cuento peruano hasta 1919 (Copé, 1992) y prosigue con los dedicados a los lapsos de 1920-1941, 1942-1958, 1959-1967, 1968-1974, 1975-1979, 1980-1989 y 1990-2000. Sin embargo la tarea no ha concluido. GV ha sacado recientemente a la luz El cuento peruano 2001-2010.
En esta entrega han sido 69 los textos elegidos, los que si bien no mantienen un nivel de calidad parejo constituyen un muestrario importante del estado en que se encuentra la prosa última en el país. Quizá lo más debatible sea el criterio de selección. Se ha optado por las publicaciones de algunos escritores aparecidos en períodos precedentes, lo cual se ha justificado con el alto valor estético de sus cuentos. En ocasiones, el compromiso de algunos autores con la gestión cultural luce tan relevante como el mérito estético, puesto que ese dato es el que se subraya en la página que se les dedica. El marco empleado ha sido así bastante amplio. No obstante, aunque esta apertura quizá no permite identificar límites claros, nos revela que en GV subyace una voluntad inclusiva y, sobre todo, no pontificante.
            Esta preocupación dialógica por las diversas aristas de la literatura peruana se puede apreciar en varios elementos. Aunque la sección reservada a la narrativa de ficción es la más extensa, se ha consagrado un espacio a la etnoliteratura y la tradición oral, formas literarias que no son atendidas por otros críticos pero que GV recoge y analiza. En este apartado destaca la presencia de Luis Urteaga Cabrera, quien antaño rompiera fuego con Los hijos del orden (Mosca azul, 1973) y ahora con el mismo talento acopia luminosas historias de la Amazonía como La navegación. A contra corriente de quienes lo han tachado como un académico centrado únicamente en la narrativa realista, en esta oportunidad GV no solo confirma su interés por lo fantástico y la ciencia ficción (lo cual motivó en el pasado sus escritos sobre José Durand y José Adolph), sino también señala a dos relatos circunscritos en dichos géneros como los mejores del conjunto: El inventario de las naves de Alexis Iparraguirre e Historia de Manuel de Masías, el hombre que creó el rocoto relleno y cocinó para el diablo de Carlos Herrera. GV coincide así con especialistas del tema como Gonzalo Portals, Elton Honores y Daniel Salvo, y da cuenta de cómo la vertiente no-realista de la literatura peruana ha ensanchado su cauce durante los últimos años. Aquí corresponde resaltar el interés de GV por Carlos Herrera, verdadero talento aparecido a fines de 1980 y que en su momento no fue leído con atención por algunos reseñistas de diarios. Recordemos que Herrera posee al menos dos libros brillantes, los que ojalá consigan una pronta reedición: la novela Blanco y negro y el conjunto de relatos Crueldad del ajedrez. GV no desdeña ni invisibiliza a autores que si bien no han sido seleccionados han realizado una fecunda tarea de magisterio mediante talleres de creación. Entre ellos menciona a Alonso Cueto e Iván Thays, quienes han dirigido una escuela de escritura en el centro cultural de la PUCP.
            Otro aspecto llamativo es la referencia a ciertas “argollas” o “mafias” literarias que, en palabras del antologador, “solo toleran que se conceda migajas del mercado editorial (incluso lo hacen para disfrazar sus tentáculos y sostener ladinamente que nadie es excluido) a los que no pertenecen a ellas, en particular a los que osan atentar contra su poder” (pág. 25). Esta declaración se agrega a otras del mismo corte, las que han sido expuestas en varios artículos de la revista de literatura Siete Culebras dirigida por Mario Guevara, en las entrevistas de Las preguntas del Ornitorrinco (Orem, 2010) de Ricardo Ayllón y en el libro de crítica y memoria Poesía en rock (Altazor, 2011) de Carlos Torres Rotondo y José Carlos Yrigoyen. En seguida GV trata de dirimir la disputa en que se envolvieron diversos escritores, periodistas e intelectuales el 2005. Censura que el debate ideológico haya virado al plano del ataque personal y se opone al maniqueísmo que implica asumir la existencia de escritores “andinos” y “criollos”. Se posiciona más bien en la perspectiva de Luis Nieto Degregori y Zein Zorrilla, quienes continúan el trazo de Arguedas y Churata y entienden lo andino como la suma de una raíz que se funda y nutre de la herencia cultural y una espesura que no desconoce sino respira la multiplicidad de su entorno y de lo universal. Finalmente da cuenta de los riesgos de la globalización (o “bobalización”, como la denomina) pues esta tiende a allanar las diferencias bajo un único modelo estético, menoscabando la riqueza literaria que se origina en la convivencia de discursos heterogéneos.
El Cuento Peruano 2001-2010 es una invitación a profundizar en nuestras voces y ratifica a Gonzalez Vigil como un crítico valioso que intenta comprender sin mezquindades el devenir de la literatura peruana. 

Julio Meza Díaz

(Publicado originalmente en la revista literaria El Buen Salvaje Nro. 7).

jueves, 16 de mayo de 2013

Los caminantes de sonora


Varios Autores.
Los caminantes de Sonora.
Lima: Ediciones Copé, 2013, 424 p.

Que en nuestro país una empresa, sea pública, privada o mixta, invierta en cultura es algo tan extraño como un vaso de agua en medio del desierto. Que la misma empresa mantenga desde hace más de treinta años una tenaz apuesta por la literatura es un acto que no solo impresiona, sino también despierta respeto y esperanza. Este es el caso de Petro Perú, quien con buena voluntad promueve y mantiene el Premio Copé. Este galardón puede interpretarse como un ejemplo que encara a los nuevos tecnócratas y su limitado discurso de responsabilidad social: no solo lo autosustentable en términos económicos merece atención. ¿O acaso todo se explica y justifica por las leyes del mercado? Cabe entonces un agradecimiento a Petro Perú y, sobre todo, a su Departamento de Relaciones Corporativas.

Los caminantes de Sonora es el tomo que reúne a los cuentos ganadores y finalistas del más reciente Premio Copé. El cuento que mereció el primer lugar, y del que se ha extraído el título para el libro, es obra de Christ Gutiérrez-Rodríguez, quien ha logrado trazar un tenso relato sobre la violencia que sufren los inmigrantes que cruzan ilegalmente la frontera estadounidense. El tema es muy actual. Ha sido abordado por narradores de distintas partes de Latinoamérica (por ejemplo, Eduardo González Viaña en El corrido de Dante y Edmundo Paz Soldán en Norte) y es objeto de numerosos estudios desde las Ciencias Sociales y el Derecho. Otros cuentos de interés son El libro de la sabiduría de Alejandro Neyra y Lo que sabemos de Neri de Miguel Ruiz Effio. El primero echa mano de elementos históricos para construir una biografía absurda con logrados pasajes humorísticos. El siguiente posee una estructura que sigue la lógica de las instalaciones de las artes plásticas: reúne textos de distintas voces e incluso manuscritos y fotografías.

Resulta curioso no hallar cuentos de ciencia ficción, sobre todo si se aprecian los ensayos del crítico local Elton Honores, quien ha argumentado con rigor y pertinencia que nuestra tradición posee destacados representantes del género y que en la actualidad son muchos los autores que construyen su obra recogiendo estas influencias, entre otras de la misma estética.

Los caminantes de sonora es una atractiva muestra de las posibilidades del relato breve. Su lectura es recomendable.


Julio Meza Díaz

(Publicado originalmente en la revista literaria El Buen Salvaje Nro. 5).

Bienvenido a mi vida, dictador


Alejando Herrera
Bienvenido a mi vida, dictador
Lima, Borrador Editores, 2012, 260 p.

En la novela de Alejandro Herrera, narrador de Ancash que reside actualmente en Londres, la influencia de los textos de largo aliento de Edgardo Rivera Martínez es notoria. La realidad circundante sirve sobre todo como telón de fondo a la historia privada de los personajes. Salvo hechos precisos (como cuando se menciona a la Reforma Agraria) lo que se subraya son los conflictos interiores de Víctor Salvador y su nieta Luisa. Esta última mantiene un diario íntimo, en el cual proporciona detalles sobre sus experiencias de colegiala y su amor por la literatura. Un claro guiño a Claudio, protagonista de País de Jauja, se da cuando Luisa, que proviene de la sierra peruana, escribe un cuento titulado Medea muere en su mar gris.

Esta influencia, sin embargo, es utilizada a modo de puerto de partida. La novela de Herrera no se desarrolla entorno de la conjunción feliz de la cultura occidental y andina. Su propósito más bien es visibilizar una fuente de violencia: el poder subyugante de una presencia paterna omnívora. Víctor Salvador es la cabeza de una familia importante de Vilcabamba, Apurímac. Forjó su riqueza a través de triquiñuelas legales y actos abusivos. Su avaricia se complementó con una mirada machista y dominante. Cuando decidió formar familia recurrió a un acto de compraventa para conseguir pareja. Buscando un sucesor varón se rodeó de hijas y ahora las intenta someter mediante la fuerza, el chantaje y la humillación. La arbitrariedad de Víctor Salvador llega a trastornar incluso la vida de sus nietos.  

Párrafo aparte merece la construcción de los personajes femeninos. No solo destacan los matices de la personalidad de Luisa, sino también los de otras mujeres. Por ejemplo Isabel, que, pese a su carácter agrio y ansioso, mantiene un amor secreto; o Claudia, que, si bien no comparte muchos intereses con Luisa, encuentra en ella una amiga con quien charlar sin inhibiciones. Curiosamente, en su diario íntimo, Luisa escribe sus impresiones luego de leer Madame Bovary y se pregunta cómo un hombre pudo describir tan bien la psicología de una mujer. Quizás alguna lectora pueda expresar algo semejante al respecto de la novela de Herrera.

Aunque pudo alcanzar mayores logros con una prosa más cuidada, Bienvenido a mi vida, dictador posee las suficientes virtudes como para convertir su lectura en una agradable experiencia.


Julio Meza Díaz

(Publicado originalmente en la revista literaria El Buen Salvaje Nro. 4).